Menem se fue sonriente e impune

Ayer murió el presidente que realizó la tarea de transformarción estructural más profunda ocurrida en la Argentina. A culminar lo que la dictadura del 76 había comenzado. Todos fijamos los ojos en la corrupción, pero lo más grave fue que nos cambió culturalmente, la gente creyó y en parte hizo propio los espejitos de colores del neoliberalismo. Esto perdura hasta hoy con una adhesión de un importante sector de la población.

Política15 de febrero de 2021Carlos LuceroCarlos Lucero
MENEM-FRASES-CELEBRES



Por Alejandro Bercovich

Ayer se murió Carlos Menem, el tipo que llevó adelante una de las mayores transformaciones políticas y económicas de nuestro país en toda su historia. Nuestro Ronald Reagan. Nuestra Margaret Thatcher. Un hombre que que marcó como nadie una época en la que todos y todas cambiamos. En la que cambiaron nuestras familias, nuestro Estado, cómo trabajamos, cómo compramos, cómo vendemos, cómo habitamos y cómo nos relacionamos. Casi todos cambios que se mantienen hasta hoy.Esa transformación empezó dos años después de asumido Menem, cuando domó la hiperinflación al costo de renunciar a tener moneda propia. Fue con el uno a uno de Cavallo, que terminó diez años después con el 25% de desocupación y la mitad de los argentinos pobres. Sobre ese espejismo Menem erigió su gesta. Con la anestesia del peso que valía un dólar y el embelesamiento que producía la estabilidad pudo hacer cirugía mayor con nuestra sociedad. Pudo limitar el derecho de huelga un 17 de octubre y maniatar a los sindicatos de su propio partido, pudo indultar a los milicos genocidas, pudo provincializar la educación y herir de muerte a la escuela pública, pudo convertir el asesinato del soldado Carrasco en un argumento para votarlo a él, pudo surfear los crímenes de Cabezas y María Soledad Morales y pudo endeudarnos como solamente Macri lo hizo después, con el agravante de que él además regaló todas las empresas públicas, en su mayoría a capitales extranjeros.
Como escribió Fernando Rosso en El Dipló:
“El mayor triunfo político de Menem fue lograr que el grueso del antimenemismo hiciera oposición dentro de sus coordenadas ideológicas. Discutían lo secundario y daban por hecho lo principal. Se debatía lo instrumental, la corrupción, y no la orientación económica que era prácticamente intocable. La forma le había ganado la batalla al contenido y los medios a los fines”.
Esto para mí se aplica también al periodismo, a ese periodismo del que aprendimos nosotros, los que empezamos a laburar hace 20 años, justo cuando terminaba el menemato.
El periodismo crítico de esa época era la oposición, porque Menem tenía la hegemonía política total, salvo en los medios. Una foto que ayer tuiteó el historiador Ezequiel Adamovsky lo muestra con Alvaro Alsogaray, Eduardo Duhalde y el socialista Estevez Boero. Todos alineados salvo los radicales, todavía escondidos o reciclados. ¿Pero qué hacía el periodismo?
Buceaba en declaraciones juradas y coimas pero naturalizaba las privatizaciones, la hiperdesocupación, el endeudamiento y los sueldos destrozados. Era el “honestismo”, como tan bien lo definió autocrítico Martín Caparrós. Y ojo, tampoco cabe culpar a esos periodistas, porque expresaban a la sociedad del momento y de algún modo hacían lo que podían para denunciar algo que intuían injusto, aunque le erraran al foco. Los que sí fueron partícipes necesarios y beneficiarios del menemismo fueron otros comunicadores, como Bernardo Neustadt o Daniel Hadad.
Los dirigentes autopercibidos progresistas de los 90 también le criticaban el choreo, la ordinariez o la frivolidad. Eso fue la Alianza: un producto televisivo que nació impotente. “Dicen que soy aburrido”. Nada sobre la fractura de la sociedad, sobre la entrega de los recursos naturales y del Estado ni sobre la destrucción y concentración del sistema productivo. El supermercado, el shopping y el country eran desmasiado seductores como para discutirlos.
¿Quiénes denunciaban eso? ¿Quiénes lo combatían? Norma Plá, Raúl Castells, Victor de Gennaro, el Perro Santillán, Luis Zamora. También Hugo Moyano y su MTA, es justo decirlo. La Marcha Federal, ese hito dignísimo de 1994, justo antes de la reelección, con todo el pueblo anestesiado por las zapatillas nuevas y el viajecito en cuotas a Miami. La Carpa Blanca docente, con Marta Maffei y Hugo Yasky. Los primeros piqueteros de Cutral Có, de Plaza Huincul, Pepino Fernández en Tartagal. Algunos otros y otras que injustamente me debo estar olvidando.
¿Quiénes lo bancaron? ¿Quiénes lo acompañaron? Rodolfo Daer, en la cúpula de la CGT, hermano de Héctor, el actual secretario general. Luis Barrionuevo, José Pedraza, cómplice necesario del desguace ferroviario, los gordos Armando Cavalieri, Carlos West Ocampo, Oscar Lescano, José Luis Lingieri, el sorete traidor de Julio Guillán, que lo dejó sin laburo a mi viejo en ENTEL junto con María Julia Alsogaray. Alberto Fernández, superintendente de seguros de la Nación desde 1989, padre de las ART y tutor de las AFJP. ¿Quiénes más? Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Sí, no voy a ahondar en esto ahora pero basta leer las intervenciones de Cristina en la Constituyente de 1994 para ver lo que pensaba de la faena menemista cuando ya estaba bastante avanzada. O la lista sábana de Néstor gobernador en 1995 pegada a la de Menem presidente.
Dos datos de Facundo Alvaredo, el argentino que labura con Thomas Piketty, el economista más leído del mundo.
La desigualdad en Argentina no solo se disparó como nunca con Menem, sino que la porción del ingreso que caputuró el 0.01% más rico (las 5 o 6 mil familias más poderosas del país) saltó al triple en menos de una década. Menem trabajó para esa élite, favoreció el enriquecimiento más obsceno que haya experimentado la oligarquía que su partido decía combatir. Y es especialmente interesante porque el propio Alvaredo muestra que esas mismas 5 mil o 6 mil familias recuperaron todo lo que habían cedido con Perón. O sea que Menem deshizo en su década lo que Perón había hecho en la suya.
Los impuestos a la propiedad y a los ingresos nunca pesaron tan poco en la recaudación. O sea que nunca el sistema tributario argentino fue más injusto que con él.
Menem desreguló todo. Ayer mi colega Julia Strada recordaba el Decreto de Desregulación de 1991. Eliminó de un plumazo:
-Junta Nacional de Carnes
-Junta Nacional de Granos
-Dirección Nacional de azúcar
-Comisión reguladora de la yerba mate
-Mercado Pesquero de Mar del Plata
-Instituto Forestal Nacional
¿No vive un poco en la inflación de hoy, Menem? ¿No vive un poco en la impotencia del Estado frente a los monopolios? Yo creo que sí.
Figuras del gobierno actual como Sergio Massa, Malena Galmarini, Santiago Cafiero, Felipe Solá, Daniel Scioli y el propio Alberto Fernández lo despidieron como un demócrata porque fue elegido dos veces presidente y una gobernador. La diputada Gabriela Cerruti, también oficialista pero que lo investigó mucho como periodista, pidió que dejen de decirle demócrata al tipo que cambió la Corte Suprema para que no lo juzguen a él y que voló un pueblo entero para tapar las pruebas de la venta ilegal de armas a Ecuador y a Croacia. La municipalidad de Rio Tercero, ese pueblo que voló, ya dijo que no va a seguir el duelo de tres días que dictó la Casa Rosada.
Ayer el ultraderechista freak Javier Milei dijo que despedía al mejor presidente de la historia. No me extrañó. Esperaba más de Baby Etchecopar, que apenas pudo garabatear cuatro párrafos. Le agradeció porque “hizo que nos enterásemos de que después de la frontera existía un primer mundo y nos hizo oler por un par de años que podíamos ser iguales a los demás”. Un racista, desagradable y con complejo de inferioridad.
Me gustó el giro poético que le dio el sindicalista Juan Carlos Schmid a la famosa frase de John William Cooke sobre el peronismo. Con Menem “se convirtió en el hecho burgués que maldijo al país”, escribió. Nosotros y nosotras, la generación parida por el menemismo, tenemos más derecho que nadie a juzgarlo. Por el país que pudo ser, por el que fue y por lo que hicieron con él. Lo que hicieron menemistas y antimenemistas. Lo que hicieron esa época y esa transformación. Nos hicieron mierda. Nos cagaron la adolescencia y la juventud. Igual que Reagan y Thatcher en el mundo rico, Menem hizo que seamos la primera generación argentina que vive peor que sus padres.
Si cuando reparaste en él o cuando tuviste edad para pensarlo ya parecía un viejito inofensivo es porque el tipo se salió con la suya. Se murió impune. Y no hablo de la corrupción ni de los cientos de millones de dólares que debe haber dejado en alguna cueva fiscal. Digo impune porque miramos para atrás y medio lo romantizamos.
Ayer no falleció un estadista, falleció ante todo un refundador. Un tipo que engatusó a toda la sociedad, que gobernó para los pocos y en contra de los muchos y que aún así fue reelecto y se dio el gusto de pelear un tercer mandato. Que travistió y dio vuelta como una media al movimiento social y político más groso del país, que hundió en la miseria a millones de personas y dejó sin laburo a cientos de miles.
Se murió un presidente que concluyó la misión de la dictadura: terminar con la Argentina del ascenso social y de esos 30 años que crecimos a la par de los países ricos. La Argentina de guardapolvo blanco, de los cinco premios Nobel, de los No Alineados, de la universidad pública y gratuita, de la flota mercante, La Argentina laica, que no sobreactuaba catolicismo ni le hacía mezquitas al Rey Fahd, que no hacía seguidismo berreta de Bush ni se regalaba ositos con los usurpadores de Malvinas. La Argentina que no había tenido nunca un atentado terrorista internacional como los dos que tuvimos con él.
Ayer se murió el hombre que terminó con esa Argentina y que formateó esta otra Argentina que tenemos hoy. Que se ve más moderna pero dejó afuera a millones de compatriotas que antes estaban adentro. Una Argentina peor, en definitiva.
Ayer se murió Menem. Ni un lamento. Ni una lágrima. Ni olvido ni perdón.

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