La orfandad

Nota de opinión.

Actualidad 23/06/2021 Carlos Lucero Carlos Lucero
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   Nos dejan, nos han dejado muchas y muchos notables, cada cual tiene su lista. Muchas y muchos jóvenes-viejos que nos guiaban (y nos guían) con sus ideas, con sus palabras, con sus vidas, tan jóvenes como sus proyectos.

 Y ese sentir de la orfandad nos pone frente a esta nueva época donde podríamos (¿deberíamos?) pensar en una forma distinta de encarar lo cotidiano. Nos pone de frente a una perspectiva que no debería tener presentes las grietas traídas de otras mentes, muy mezquinas, que solo tienen en cuenta cómo sacar la mayor ventaja posible de lo que unas u otras partes dicen y hacen,  señalando errores y haciendo de ello el diario permanente que nos hicieron ver en la tele durante este largo año de aislamiento, marcando la cancha a toda la sociedad sin darse cuenta que en ese campo de juego se han ido borrando los limites, se fueron cambiando las reglas y definitivamente la gente está comenzando a jugar un nuevo juego.

Ese retraso en las ideas que circulan y que insisten en la “normalidad” (como si aquí, en nuestra localidad, en nuestra provincia, en el país, no hubiera pasado nada), discutiendo aspectos como si fuera  cualquier otra elección anterior a la enfermedad: sobre si vamos a poner más o menos cemento en la ciudad, si vamos a iluminar una calle más de tal barrio y hacer de ello “obras de gobierno”, cuando no es más que una equiparación de derechos de los barrios a tener lo mismo que tiene el centro u otra región del país. 

Esa vejez de ideas es, como leí en estos días de tantas despedidas, la puesta en acción de aquella maldición china que dice: “que vivas en tiempos interesantes y no te des cuenta de ello hasta que hayan terminado”. Esa maldición parece haberse adueñado de nuestras clases dirigentes, de los medios que nos “informan” (a su manera) y de un conjunto de mediocres que creen estar mostrándonos un futuro lleno de viejas novedades (como dice La Bersuit) cuando lo que necesitamos es tener un presente mucho mejor.

 Frente a nuestras necesidades como ciudadanos salidos de una pandemia que nos quitó tantas vidas antes de tiempo, el discurso político de hoy, en nuestra ciudad, nos deja más huérfanos. Pero esa orfandad no nos puede relegar a esperar que otros nos digan que hacer. Por el contrario, nos obliga a ponernos de pie y ser, de una vez y para nuestra posteridad menos dependientes de los iluminados que hace años que no pagan la boleta de la luz.  Creo que llego una hora en que debemos pedir que nos escuchen, en lugar de escuchar lo que tengan que decir. Lo considero una obligación de la época porque en el nuevo tiempo que viene no podemos confiar en una sola voz, en una sola cabeza o en las mismas cabezas que hace años se apropiaron del discurso de lo público, lo que es de todos. La democracia debe profundizarse exigiendo que nos consulten sobre qué hacer en esta ciudad para que sea cada vez más vivible, para todos. Para evitar que una burocracia (cualquiera que sea su origen partidario) nos diga cómo debemos vivir en nuestro lugar.

 Las ciudades, dicen, contienen todo lo que fueron y lo que serán. No quisiera que esta versión de ciudad que hoy tenemos sea lo que permanecerá en el futuro. Quisiera más bien que en nuestra historia no escrita pero repetida de boca en boca, sea una ciudad de alegría, de encuentros, de historias compartidas entre tanta gente que se conoce desde la niñez, pero abierta a los cambios y nuevas incorporaciones. Que se haga carne que siempre tenemos una oportunidad para refundar el espacio en que vivimos.

 Una ciudad no es solo un territorio, sino que es mucho más que eso, es narración, es relato, es un lenguaje sobre lo que uno espera vivir en ella. Una ciudad son las mujeres y hombres que la piensan y la sueñan. Una ciudad, como dice Calvino, es un lugar de trueques, de intercambios, pero no solo de cosas, de mercaderías, es también trueque de palabras, de deseos, de recuerdos. A cada uno lo que le corresponda, pero estaría bueno que la democracia sea verdaderamente el gobierno del pueblo y para el pueblo (nuestro San Cristóbal).
Como dice una vieja canción de Luis Lebert: “Canta, es mejor si vienes, tu voz hace falta. Quiero verte en mi ciudad”.

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