San Cristóbal sin barbijo

Un lector de nuestro medio nos alcanzó este texto para compartir con ustedes. Desde la redacción de El Departamental estamos totalmente de acuerdo, pero es nuestro punto de vista, usted tendrá el suyo.

“Alguien debió conservar y cuidar con amor este jardín de gente”, comienza diciendo una canción de Luis A. Spinetta. Ahora, ¿se dejara cuidar ese jardín? Vemos crecer la segunda ola de una enfermedad que, por lo menos por ahora, ha vencido ampliamente a la humanidad,  imponiendo sus condiciones.

El jardín de gente sancristobalense asiste segmentado en sus comportamientos y opiniones. Un sector que se considera en riesgo vive de la misma manera que el año pasado, con la esperanza puesta en las vacunas. No sale de sus casas o sale lo menos posible.  Otra parte, se preocupa por mantener ciertos protocolos de seguridad sanitaria pues tiene la responsabilidad de cuidar a otrxs. El resto vive como si la enfermedad fuera cosa del pasado: indiferente a lo que está pasando mas allá de sus percepciones inmediatas.  Ven lo que ocurre en los países vecinos, pero está muy lejos, ven lo que sucede en el AMBA pero está lejos. Ni se enteran de lo que sucede en Rafaela, Sunchales, Morteros, Suardi, pero todo eso va a tardar en llegar…

La expresión de lo que sucede puertas adentro de los hogares es lo que vemos en las plazas y en los bares: atiborrados de grupos de adolescentes que no se cuidan en lo más mínimo. Casi sin excepción, los barbijos lucen muy coquetos en las muñecas o como pañuelo de cuello, inútiles como casco en el codo. La responsabilidad y la solidaridad brillan por su ausencia. Lejos han quedado los tiempos iniciales de la pandemia  o cuando pudimos salir con distanciamiento y barbijo obligatorio: los mismos vecinos le reclamaban a los transeúntes que no los tenían en su lugar y los dueños de los comercios le hacían caso a los carteles que ellos mismos habían puesto en sus puertas: cantidades máximas permitidas, y todos los de adentro con tapabocas. Digo, que esto es un reflejo de lo que pasa en casa porque, por acción u omisión todo el mundo se transformó en adolescente rebelde y desafía a la enfermedad con una extraña lógica omnipotente: “a mí, no me va a tocar” Lo dicho, propio de adolescente.

El paisaje de hoy es contradictorio pues se hace todo lo posible por vivir en una normalidad perdida y, vuelvo a decir, el enemigo nos impuso las condiciones en su victoria sobre nuestras debilidades.

Las clases volvieron con su presencialidad interrumpida según los turnos que corresponden a cada burbuja (palabra que hoy tiene más de un significado pero en los casos a que nos referimos tienen en común, su liviandad y su vida efímera).

Los grupos de alumnas y alumnos se mantienen con protocolos mientras dura el tiempo que pasan en las escuelas pero una vez que salen de ellas la vida común des-habitualizada  e indiferente a la enfermedad los convoca a dejar de cuidarse y vuelven a sus prácticas cotidianas: amontonamientos, cero barbijo y planeando encuentros con las mismas reglas. Algunos dirán ¿Cómo hacen las escuelas entonces cuando se vive en una mentira comunitaria?¿hacemos que nos cuidamos por unas horas en el local escolar pero vivimos el resto del tiempo despreocupados en el resto del ámbito público?  ¿Qué mensaje reciben esas alumnas y alumnos? Siguiendo con la canción, Spinetta nos pregunta: ¿y qué dirás cuando termines el bocado de tu propia flor...?

La referencia a la escuela es un ejemplo de lo que sucede en la sociedad: por más que el Estado, su personal en este caso,  haga esfuerzos y promueva conductas de cuidado, los resultados de esta verdadera guerra contra el coronavirus se resuelve en el compromiso individual con los demás. Ni siquiera con uno mismo, responsabilidad frente a los demás. “Quien conoce su aldea conoce el universo” parece haber dicho Tolstoi y por ahora el panorama le está dando la razón. Lo interesante sería que pudiéramos intervenir de alguna manera en estos comportamientos y demostrarle al mundo que hay formas distintas de encarar todo esto. Hoy cuando hay esperanzas mas fundadas que un año atrás, hay que insistir con los valores de responsabilidad, solidaridad, ejemplo y autoridad. Y digo autoridad porque muchas veces uno piensa que las familias y las autoridades constituidas razonan a partir de aquel dicho “tantos adolescentes no pueden estar equivocados” y le confían el futuro a las razones de aquellos que esperan que alguien les enseñe un camino y se los explique.

Párrafo aparte merece el desempeño de las autoridades locales…

Obviamente los puntos suspensivos nos eximen de mayores comentarios. Cuídense, para cuidar al resto. Ojalá que esta historia no termine como la canción que vengo citando: “Y ya no sé si es que amanece o veo el cielo como un gran collage... El collage de la depredación humana”.

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