Milei y su obsesión contra el periodismo

-Por Joaquín Morales Solá para La Nación - El liberalismo del jefe del Estado no llega al extremo de aceptar la vigencia de la primera de las libertades (la de prensa, porque sin ella no podrían existir las otras libertades).

Actualidad19 de agosto de 2024Carlos LuceroCarlos Lucero
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Editorial de Joaquín Morales Solá apunta al presidente

Hiperbólico y autorreferencial, como siempre, Javier Milei cree que él también se hizo cargo de la sepultura del periodismo. Siglos de periodismo han llegado a su fin, según el Presidente, quien le abre las puertas de esa manera al monopolio de las redes sociales, sobre todo de X, su preferida. El liberalismo del jefe del Estado no llega al extremo de aceptar la vigencia de la primera de las libertades (la de prensa, porque sin ella no podrían existir las otras libertades) ni su modernidad está en condiciones de rechazar una discusión medieval, como es el debate por la libertad de expresión. Si el periodismo tal como se lo conoce (gráfico, televisivo o radial) ya dejó de existir, ¿para qué Milei dedica tanto tiempo a denostarlo? ¿Para qué una parte de su servicio de inteligencia provee información a los que insultan y agreden al periodismo? ¿Para qué el Gobierno dispone de fondos públicos para pagar a operadores de redes sociales y a youtubers? ¿Se están usando en eso los 100.000 millones de pesos adicionales que le transfirieron a la SIDE? ¿Pruebas? En uno de sus últimos discursos, Milei comenzó diciendo que el periodismo no debería “buscar fantasmas” para explicar los insultos que recibe. Son expresiones espontáneas, entonces. Inmediatamente después, señaló que “las redes sociales lo hacen orgánicamente”. ¿La campaña contra el periodismo es, entonces, orgánica o espontánea? La última afirmación presidencial señala que es orgánica; es decir, que tiene una planificación y una financiación que van más allá de los deseos personales de los tuiteros y del propio jefe del Estado. En los últimos tiempos, además, las conferencias de prensa en la Casa de Gobierno (sobre todo las del vocero, Manuel Adorni) se llenaron de jóvenes que supuestamente pertenecen a universidades, pero que son fanáticos seguidores del líder y se dedican a agredir periodistas más que a preguntar. A esas conferencias suele asistir el periodista español Javier García Negre, que en España perdió su trabajo en el diario El Mundo por publicar información falsa. Es un seguidor empedernido de Milei que también agrede al periodismo argentino. Pero ¿quién le paga a García Negre sus viajes a la Argentina? ¿Viene gratis a apoyar a Milei y a vapulear a los periodistas locales? Improbable.

Ningún periodismo serio será nunca ciegamente simpatizante de un gobierno. Perdería su razón de ser
La sorpresa del periodismo existe porque se esperaba que el acceso al poder de Milei dejaría atrás dos décadas en las que el kirchnerismo ofendió, difamó y maltrató a los periodistas y a los medios periodísticos. Resulta, sin embargo, que ingresó a la Casa de Gobierno alguien que usa casi los mismos argumentos del kirchnerismo para destratar al periodismo. Y que, como el kirchnerismo, tiene una inexplicable obsesión contra la prensa. Milei elogia las redes sociales. ¿Quién no? Sirven claramente para ampliar el ejercicio de la libertad de expresión, pero también para que muchos personajes anónimos, que nunca dan la cara, escondan sus agravios y sus embustes. El Presidente retuitea a varios de ellos. Un líder auténticamente liberal debería rescatar el trabajo de investigación de la prensa, que desnudó la corrupción kirchnerista y que llevó a juicio a muchos funcionarios de aquella época. Forzosamente imperfecto, el periodismo es autor de algunos errores –cómo no–, pero también de muchos aciertos. Las síntesis son necesariamente arbitrarias, pero debe recordarse la investigación del periodista Hugo Alconada Mon, entre muchas más, que develó en LA NACION la maniobra de defraudación al Estado de parte del empresario kirchnerista Cristóbal López y de su socio Fabián de Souza. Ambos se dedicaron durante un tiempo a vender naftas, que tienen una muy alta carga impositiva. Los empresarios son, en tales casos, agentes de retención del Estado y deben entregar en el acto el dinero que perciben como impuestos. López y De Souza no lo hicieron. Con ese dinero compraron, en cambio, empresas y medios de comunicación. A su vez, el periodista Diego Cabot es el autor de la monumental investigación, también publicada en LA NACIÓN, sobre el caso de los cuadernos, que involucró a casi toda la nomenklatura del kirchnerismo y a varios importantes empresarios. Ese caso está esperando el juicio oral y público desde hace casi cuatro años, y parece destinado a ser siempre una eventualidad. Jorge Lanata y Nicolás Wiñazki hicieron pública la ruta del dinero K y mostraron en televisión las imágenes de Federico Elaskar contando los dólares que lavaba Lázaro Báez, el empresario de la construcción construido por el kirchnerismo. Las investigaciones de Wiñazki, periodista de Clarín, fueron esenciales también para revelar el caso Ciccone, que terminó con un ex vicepresidente, Amado Boudou, preso por corrupción. La foto de la fiesta de Olivos en plena pandemia fue una primicia de LN+, y significó un antes y un después para el gobierno de Alberto Fernández. Un periodista prematuramente muerto, Pepe Eliaschev, alertó al país con su primicia sobre la firma del acuerdo con Irán por parte del gobierno de Cristina Kirchner. Otro periodista de investigación, Daniel Santoro, fue tan molesto para el kirchnerismo que terminó procesado por una causa falsa; la Justicia lo desprocesó en instancias más imparciales. El periodismo no está muerto ni viejo ni pasó de moda.

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