La pandemia de covid-19 y la salud mental: ansiedad y depresión con muy bajo presupuesto

El impacto del covid no sólo se mide en cantidad de contagios y fallecimientos sino en las psicopatologías asociadas a las consecuencias de haberlo contraído, las pérdidas, el aislamiento y la infodemia. Un estudio del Conicet es el primero en ponerle nombre y números a la "curva invisible".

Actualidad 22/01/2022 El Departamental El Departamental
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¿Cómo decirlo sin que nadie se altere o revolee el vacunatorio que tantos votos le costó al FDT en 2021? Simplemente diciéndolo: Ginés González García (el mismo que hoy fustiga al presidente por no haberlo sostenido) fue uno de los mejores ministros de un gabinete desparejo y disfuncional en áreas claves y el primero en señalar en horario central y por TV, que la sucesión de decretos renovando el ASPO era una herramienta con pronta fecha de vencimiento, tenía límites; y no económicos solamente sino emocionales, del orden de la salud mental.

Lo que hoy suele denominarse por pereza intelectual “hartazgo social”, ese combo donde se mezclan la necedad anticientífica, la angustia, las violencias desatadas por el desgaste del encierro domiciliario y una campaña de desgaste fenomenal contra un gobierno que ya en marzo 2021 –antes del grosero error de Olivos y el cumpleaños de Fabiola- había perdido su principal activo por desgaste: la autoridad de la palabra de su conductor y principal comunicador, el presidente Alberto Fernández.

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El trastorno de ansiedad es una de las patologías que más se aceleró con la pandemia de covid-19.

Es complejo, si no es con cifras, despejar una serie de debates embarrados por la “batalla cultural y política” –donde tal como se aprecia en “No mires hacia arriba” finalmente no importan datos ni argumentos- pero en los 21 meses de pandemia y los más de 200 días de una de las cuarentenas más moderadas del mundo (Italia, España y China la superaron ampliamente) se manifestaron toda clase de complicaciones asociadas a la salud mental que están presentadas en el material de investigación número 9 del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica.

La investigación dirigida por la doctora en Ciencias Sociales Gabriela Irrazábal, es el producto de un relevamiento telefónico o a través de redes sociales, que alcanza 4.537 casos con un muestreo no probabilístico y entre agosto-octubre 2021. El nombre completo del material evidencia además una variable de corte poco usual en éstos estudios: “salud, bienestar, coronavirus y vacunas, según región y adscripción religiosa”. Ya veremos qué se obtiene de esto.

Los trastornos de ansiedad crecieron en la pandemia de covid-19

El número global más importante es que la mitad de los consultados padeció trastornos de ansiedad (TA) en el último año. El TA es un encuadre macro que alberga patologías más específicas y diversas, a partir de síntomas tales como pánico súbito e inexplicable, taquicardia, ahogos súbitos, agitación respiratoria, sudoración y cansancio.

En la síntesis de resultados del estudio hay otras cifras impactantes: la gran cantidad que presentó problemas de salud declara haber sufrido afecciones vinculadas a la salud mental, alergias y problemas de la piel (en ese orden). Tres de cada diez no concurrieron a nadie para tratar la ansiedad o la depresión (ni profesional de la salud mental ni especialistas de otro tipo). Para cuestiones que se consideraron pasibles de tratamiento psiquiátrico, dos de cada diez tampoco recurrieron a nadie. Las sobrellevaron con las herramientas y relaciones de la vida ordinaria.

Otro dato de la época –donde la ciencia tramada por un capitalismo voraz cumple una función cada vez menos social y eficaz- es que casi la mitad de los relevados declaran haber recurrido a cuidados complementarios en salud, a las comidas y las plantas medicinales, las infusiones de hierbas, los rezos y las oraciones.

Entre los que declararon haber sufrido violencias, el 73,3% declara maltrato y hostigamiento psicológico y el 8,1% violencia física. El 5,6% denuncia haber sufrido violencia sexual en el último año.

Veamos uno de los cuadros principales del estudio, asignado al apartado “Salud y Bienestar”, con las principales afecciones declaradas:

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Como puede observarse, el covid aparece sexto entre las enfermedades declaradas y en el tercer lote con 272 casos el consumo problemático de sustancias, otro de los padecimientos activados por la ansiedad y la depresión y que la actual Ley de Salud Mental rescata desde la perspectiva de los derechos humanos vinculados a la salud.

Otra variable considerada en el estudio y absolutamente relevante a la hora de tener un mapa de las afecciones padecidas en tiempos de pandemia, es el que muestra la incidencia de los trastornos de salud mental por regiones. Allí encontramos a la región Centro (donde está considerada la provincia de Santa Fe) por debajo de la media nacional y al NOA y NEA con guarismos preocupantes.

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Base: quienes declararon trastornos de ansiedad (1799 casos), depresión (1399 casos) y padecimientos psiquiátricos (531 casos) / Fuente: Encuesta Ciencia, Salud, Creencias y Sociedad, CEIL CONICET, 2021.

En un país que vive en trance pre o post electoral permanente y donde jugar limpio en temas claves y urgentes –¿como una pandemia por ejemplo?- no es más que una invocación ingenua a una oposición que prácticamente no adscribe a ninguna regla de la democracia –y por lo tanto debería dejar de ser convocada a la “mesa del arco iris” que pretende el gobierno nacional-, las vacunas y la mayor campaña de la historia argentina, también han sido cuestionadas.

En el apartado “Creencias y actitudes sobre las vacunas” encontramos que el 57,6% declara que sirven para proteger o evitar enfermedades y un 39% que refuerzan el sistema inmunológico. El apartado donde podrían alojarse antivacunas o escépticos representa un porcentaje absolutamente marginal de los encuestados.

Otro de los debates de ciencia ficción que ocuparon titulares, pancartas y sentencias absurdas del panelismo (hablemos de cosas sin saber ni responsabilidad alguna) que domina la televisión nacional fue el de si las vacunas “producen modificaciones genéticas o de comportamiento”, pues todos sabemos que los principales laboratorios de los Estados Unidos han logrado aislar el gen comunista, populista y hasta el gen homosexual. ¿Ah…no lo sabemos? No importa, lo decimos porque hablar es gratis y decir cualquier cosa un derecho constitucional.

Pues resulta que la investigación del Conicet revela que un 79,8% de los 4.537 encuestados no cree que la vacuna contra el covid modifique el ADN y un 70% considera que deberían vacunarse a los adultos obligatoriamente y un 69,5% se manifiesta en desacuerdo que sean los padres quienes decidan sobre el calendario de vacunación de sus hijos.

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El guarismo más significativo cuando operan las creencias religiosas lo podemos encontrar en éste apartado, cuando se mide el rechazo a la vacunación obligatoria. Son los católicos (22,2%) y los evangélicos (30,7%) los más entusiastas a la hora de conferirle a los padres la decisión de vacunar o no a sus hijos y también hacen punta (con un 25,2 y 39% respectivamente) impulsando la vacunación como una recomendación no obligatoria. No será esta nota la que desarrolle el concepto de que Dios no tiene nada que ver con la ciencia pero está en todos los detalles, en la inmunización por contacto de fe también.

La salud mental sin presupuesto es la verdadera locura

La Ley 26.657 de Salud Mental fue definida por la OPS como un “hito para la región de las Américas y la primera que incluye los principales estándares de salud mental y normas de DDHH humanos regionales e internacionales”. Luego de haber resistido varios intentos de mutilaciones y derogación durante la epidemia macrista y a 12 años de su sanción durante el primer gobierno de Cristina, sigue pendiente la asignación presupuestaria indispensable para hacerla realidad.

Los casos de depresión también se potenciaron en el escenario pandémico.

Debería asignarse a la prevención y tratamiento de las afecciones mentales un 10% del presupuesto nacional de salud (porcentual que deberían asignar también las provincias), pero el hecho es que en 2021 –tal vez el año más deteriorante desde el desacalabro social de 2001- la asignación presupuestaria sólo alcanzó el 1,47%.

Y en el presupuesto defendido por el FDT para 2022 –recordando que la actual vicepresidenta fue quien la impulsó y promulgó en 2010- y que en otro gesto de combatitividad irracional fuera rechazado por la oposición parlamentaria, la salud mental aumenta ni siquiera un dígito más que en 2021, para alcanzar apenas el 1,48%. Resta saber si el gobierno nacional va a establecer por decreto simple una partida más en línea con un compromiso real con la salud mental.

De otro modo, nunca podrán financiarse programas de prevención en salud mental, mejorar la calidad de vida de las más de 12.000 personas internadas en instituciones públicas y privadas, ni lograr des institucionalizarlas reinsertándolas a la vida sociolaboral. Salvo por las granjas y hogares de rehabilitación que hacen negocios reñidos con las lógicas establecidas por la ley de salud mental y cuentan con un estado zonzo que –en algunos casos hasta las financia- pero no controla el tipo de trabajo que se realiza con los internos o ambulatorios, no se perciben correlaciones de fueras que imposibiliten que el gobierno que vino a reparar los daños provocados por el macrismo, cumpla con lo mejor de la legislación progresista de los últimos 30 años y el contrato electoral que siguen reclamando con sus electores.

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